El viento corre más que vuela por los valles de mi montaña, pegado al suelo, sintiendo cada brizna de hierba y cada roca, cada pequeña piedra en el camino, y fuera de él, ¿quién dijo que los elementos no pueden sentir?, conozco elementos mucho más sensibles que muchos de los autoproclamados genios o sabios, y, cuando estos elementos hablan, yo procuro callar y aprender de sus palabras, aunque, evidentemente, no son palabras dirigidas a todos los oídos, ni mucho menos...
Y ahí me encuentro, en mitad del valle, notando como el viento me roza y me empuja a seguir, a desviarme, o a volver atrás, como un guía más que como un hostigador; siempre es más fácil encontrar la armonía cuando esta te rodea con sus cálidos brazos y te susurra con su dulce voz, y te aparta los pequeños guijarros de la vía, tan sólo hay que dejarse llevar por este para aprender a volar.
Pero, ¿qué es esto?, me encuentro rodeado de veletas, veletas con distintas formas y colores, algunas más bellas que otras, que tan sólo se dedican a dar vueltas, a marearse con el empuje del viento, las hay de todo tipo, las hay chirriantes, las hay muy nuevas y engrasadas, pintadas con los más llamativos colores y sombrías como una noche de Diciembre, y el viento parece jugar con ellas haciéndolas girar sin parar, y, por más que corra, siempre el camino está rodeado de muchas veletas y algún que otro caminante... Viento, ¡haz que me eleve!, ¡hazme subir tan alto que desaparezcan estos instrumentos que tan sólo saben indicar haciéndose girar continuamente, mas no indican absolutamente nada!, ¡haz que me eleve a los hielos, donde incluso la más engrasada de todas las veletas se congele y el viento sea tan intenso que quiebre su débil mástil!, ¡llévame donde el silencio es tan sólo roto por ti!, pues, tan importante como el sonido es el tiempo de silencio que hay entre cada uno.
Y ahí me encuentro, en mitad del valle, notando como el viento me roza y me empuja a seguir, a desviarme, o a volver atrás, como un guía más que como un hostigador; siempre es más fácil encontrar la armonía cuando esta te rodea con sus cálidos brazos y te susurra con su dulce voz, y te aparta los pequeños guijarros de la vía, tan sólo hay que dejarse llevar por este para aprender a volar.
Pero, ¿qué es esto?, me encuentro rodeado de veletas, veletas con distintas formas y colores, algunas más bellas que otras, que tan sólo se dedican a dar vueltas, a marearse con el empuje del viento, las hay de todo tipo, las hay chirriantes, las hay muy nuevas y engrasadas, pintadas con los más llamativos colores y sombrías como una noche de Diciembre, y el viento parece jugar con ellas haciéndolas girar sin parar, y, por más que corra, siempre el camino está rodeado de muchas veletas y algún que otro caminante... Viento, ¡haz que me eleve!, ¡hazme subir tan alto que desaparezcan estos instrumentos que tan sólo saben indicar haciéndose girar continuamente, mas no indican absolutamente nada!, ¡haz que me eleve a los hielos, donde incluso la más engrasada de todas las veletas se congele y el viento sea tan intenso que quiebre su débil mástil!, ¡llévame donde el silencio es tan sólo roto por ti!, pues, tan importante como el sonido es el tiempo de silencio que hay entre cada uno.
3 Deja tu comentario, no cobro ;):
ah, las veletas, esos seres tan...
vacíos e inocuos.
En fins, que te sea leve, procura no pillar tormentas por allá arriba...
Bueno, las tormentas no están tan mal, siempre arrojan rayos aleatoriamnente...
de vez en cuando hace falta un golpe de algún aire fortuito que nos ayude a seguir. Besos.
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