Hay veces en la vida que cualquier pequeño peso en la mochila es un gran lastre a la hora de subir elevadas montañas, que incluso depende de donde se coloque te puede desequilibrar tanto como para tirarte por el terraplén donde te halles, en principio es algo que crees imprescindible, y lo sientes liviano, pero cuando comienza la pendiente a cobrar algo de importancia lo notas cada vez, más pesado, el aire que contenía dentro se comienza a convertir primero en espuma, luego en madera, para dar paso al hierro, y, finalmente, acabar siendo puro plomo, así, por pequeño que sea ese lastre, su peso será tal que parecerá inaguantable, incluso para las espaldas más recias.
Y, ¡Hay de quién no sepa quitarse su carga!, porque incluso un burro puede ser trágico, y puede morir aplastado por una carga que no puede transportar... y tampoco quitarse, además, seamos sinceros, pobre del que se quiera ver convertido en asno para comprobar si puede sobrellevar una carga que ni siquiera es suya, que ni siquiera sea algo imprescindible.
Por eso debemos medir bien nuestro equipaje, nuestras provisiones y nuestras "cosas imprescindibles", ya que se nos pueden volver a nuestra contra, aunque, claro está, todos seguiremos por momentos convirtiéndonos en asnos de cuando en cuando, y, por supuesto, los últimos en enterarnos seremos nosotros mismos, así pues, tened cuidado de la carga que os ofreceis a portar, y tened cuidado del estado de vuestra espalda, pues, como ya sabéis, hay personas que con la más grande de todas las cargas siguen manteniendo los pies ligeros y se mueven sin apenas hacer más ruido del viento que levantan a su paso, mientras hay otras personas que, con una mísera carga a su espalda sus pies son tan pesados que parece que venga una manada de elefantes con Napoleón al mando, y no un ser bípedo aunque de orejas puntiagudas y extraña jerga.
Ah bueno, por supuesto, no os sintáis avergonzados al tirar esa carga hacia el desfiladero más próximo, o, simplemente, abrid la mochila y dejarla en el camino, ya otro vendrá que la recogerá y la cargará para sí, como la piedra angular de cualquier animal rumiante, no tengáis miedo pues, de deshaceros de aquello que no os hace más que mal, os agota los músculos y os nubla la razón, ya que, al hacerlo, tan sólo quedará una sensación de alivio y sosiego, una sensación de ligereza que, si tenéis suerte, os hará levitar hacia cielos insospechados anteriormente, y, ¿quién sabe?, quizá, podréis coquetear con las águilas allá, lejos, a una altura tal que nadie pueda oir tales conversaciones.
Y, ¡Hay de quién no sepa quitarse su carga!, porque incluso un burro puede ser trágico, y puede morir aplastado por una carga que no puede transportar... y tampoco quitarse, además, seamos sinceros, pobre del que se quiera ver convertido en asno para comprobar si puede sobrellevar una carga que ni siquiera es suya, que ni siquiera sea algo imprescindible.
Por eso debemos medir bien nuestro equipaje, nuestras provisiones y nuestras "cosas imprescindibles", ya que se nos pueden volver a nuestra contra, aunque, claro está, todos seguiremos por momentos convirtiéndonos en asnos de cuando en cuando, y, por supuesto, los últimos en enterarnos seremos nosotros mismos, así pues, tened cuidado de la carga que os ofreceis a portar, y tened cuidado del estado de vuestra espalda, pues, como ya sabéis, hay personas que con la más grande de todas las cargas siguen manteniendo los pies ligeros y se mueven sin apenas hacer más ruido del viento que levantan a su paso, mientras hay otras personas que, con una mísera carga a su espalda sus pies son tan pesados que parece que venga una manada de elefantes con Napoleón al mando, y no un ser bípedo aunque de orejas puntiagudas y extraña jerga.
Ah bueno, por supuesto, no os sintáis avergonzados al tirar esa carga hacia el desfiladero más próximo, o, simplemente, abrid la mochila y dejarla en el camino, ya otro vendrá que la recogerá y la cargará para sí, como la piedra angular de cualquier animal rumiante, no tengáis miedo pues, de deshaceros de aquello que no os hace más que mal, os agota los músculos y os nubla la razón, ya que, al hacerlo, tan sólo quedará una sensación de alivio y sosiego, una sensación de ligereza que, si tenéis suerte, os hará levitar hacia cielos insospechados anteriormente, y, ¿quién sabe?, quizá, podréis coquetear con las águilas allá, lejos, a una altura tal que nadie pueda oir tales conversaciones.
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