Y es que estoy harto, harto de que el teléfono no pare de sonar, harto de recibir mensajes insulsos con muchos colorines y una multitud de buenos deseos, estoy harto de esos buenos deseos; es más, estoy harto de los mejores deseos que me lanzan sin cesar personas a las que ni siquiera conozco, y, es más, personas que no quiero conocer, conocidos sin más lanzan sus bendiciones contra mí, sus mejores bendiciones, esperando que sean devueltas multiplicadas por algún factor positivo... y yo no puedo más que esforzarme por no poner una mueca de asco.
En esta época de paz y tranquilidad resulta que la gente abarrota los centros comerciales, como si les fuera su vida en ello (que más de una vez he pensado cuantas vidas se ha tragado el centro comercial en estas semanas, y eso que queda aún lo peor), en esta época de afecto infinito, no hacemos más que ver gente correteando nerviosamenete delante, detrás y a los lados de los escaparates totalmente iluminados, comprando y comprando sin parar, para luego quejarse que no llegan a fin de mes; la tele se llena de anuncios de apadrinar niños y salen embarazadas en todos los anuncios, y no sólo en los de seguros y los préstamos rápidos como normalmente, en fin, no puedo decir más que es vomitivo.
La hipocresía se ha apoderado de nuestro ser, de los pies a la cabeza (ojo, no digo cerebro, sería demasiado presuponer), pues ahora piensa por nosotros el espíritu de la Navidad, todo ternura, amor, y demás flores; en estos días, el ser humano se deshumaniza (aún) más de lo que está normalmente, pues, ya no es que tenga valores de dudoso valor, si no que esgrima con la torpeza de un principiante los valores contrarios y hace de su capa un sayo bendiciendo sin parar, cosa que, al no estar acostumbrado, vuelvo a decir, produce asco o risa, según el estado de ánimo del interlocutor.
Y, ¡sí!, sé donde tengo el espíritu navideño, y estoy muy orgulloso de tenerlo retenido donde mi noble espalda pierde su precioso nombre para que comience la parte de la anatomía con la que más nos metemos, y luego nos buscamos todas las vueltas posibles para tocar la del prójimo, esta no puede ser otra, que el culo.