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lunes, 12 de noviembre de 2007

No, no eres mi motor, ni mi vida, eso sería muy egoísta por mi parte, ya se me pasó la época post-adolescente de dejar mis responsabilidades a otra persona que no fuera yo; la época del bushi que da su vida por su amo, sin rechistar y sin pedir explicaciones, esa vida ya me fue quitada y enterrada, han crecido bonitas flores justo encima de ella, ya se sabe que no hay mejor sustrato como un alma antigua, como un cuerpo antiguo, dispuesto para convertirse en abono y regalar la vida que le queda.

No, tampoco eres mi Sol, más bien eres mi luna, ya que no necesito que nadie me alumbre durante el día, ni calor en las horas más calurosas, tan sólo necesito un rayo de luz que filtre por una nube en una noche cerrada, en la que haya tanta niebla que ni yo mismo pueda alumbrar mi camino, no necesito una lámpara halógena, tan sólo un tenue rayo que a su contacto me abrase la piel según me recorre plácidamente, impidiendo que mis huesos se congelen y mis músculos se tensen tanto por causa del frío que lleguen a romperse.

No, tampoco eres mi sangre, ni mi corazón, eres mucho más que eso, eres mi adrenalina, eres mis endorfinas, eres quien descontrola mis hormonas por mi torrente sanguíneo, quien cada vez que me mira hace una revolución en mis venas, ya que sin ti la vida sigue, pero de una forma mucho más burda, superficial y aburrida, eres quien da golpes de estado en mi razón y en mis sentimientos, con alegre inocencia rompes y cambias la voluntad de mis días.

Eres, unas de las poquísimas personas que puede mirarme a los ojos y zambullirte en mis profundidades sin pasar frío, en saber lo que se me pasa por la cabeza y en adivinar mis sentimientos, y que todo esto no me produzca ningún temor, si no admiración; cuando me miras me escrutas con una tierna inocencia que no puede hacer otra cosa que abrir más mi mente y mis entrañas hasta que no dan más de sí, tensándose hasta el infinito, para que puedas llegar dentro, más adentro.

Eres quien puede ocultar mis astros con una nube tan pequeña que no pueda ni soltar dos gotas de lluvia, quien puede provocar un aguacero en un día soleado, y quien puede disipar las nubes con un simple chasquido de dedos, quien puede hacer las distancias que nos separan tan largas o tan cortas como quiera, quien hace que cada segundo que pase sea eterno, o cada eternidad se convierta en un simple pestañeo.

Eres quien me ha vuelto a dar serenidad y has vuelto clara y limpia un agua enlodada, has conseguido que, a voluntad propia, los muebles caídos en un cerebro se organicen de manera armoniosa y restaurada, y se sigan llenando de libros, anotaciones, y papeles perdidos, quien consigue que me olvide del tiempo y del suelo que piso, quien consigue que me piedra en oscuros laberintos a la búsqueda del Minotauro sin ni siquiera la ayuda de un cordel, y que esté deseoso de que aparezca en cualquier esquina, para medirme con él a puño descubierto y pies descalzos, quien hace que me mire cada mañana y vea algo más que la imagen virtual de una cara de besugo en una lámina de vidrio.

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