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jueves, 15 de noviembre de 2007

(Im)prescindible

Nadie es imprescindible, nada es imprescindible, por más que nos empecinemos en creerlo, y en elevar a grado de divinidad lo que creemos que no nos podemos desprender, no sirve de nada, una y otra vez abofetean la mejilla de la prescindibilad, y cuanto más nos la abofetean, más nos empecinamos en volver a creer en lo imprescindible.

Es más, ¿qué es lo imprescindible?, pues tan sencillo, como de lo que no nos podemos desprender sin dejar algo de nosotros por el camino. Cada uno tiene algo o alguien al que lo considera así, por uno u otro motivo, pero, aquello que creías imprescindible, cuando te es arrebatado, resulta que tu sigues ahí, tal como antes, jodido, eso sí, pero ahí estás, tal y como antes, sin ningún cambio, aparente o real. Tratad de ver la vida sin algo a priori imprescindible, por ejemplo, vuestros padres, vuestros hermanos, vuestra familia entera, vuestra pareja, vuestros hijos, o aquel objeto o pertenencia de la que estás más orgulloso...

Pues bien, todo eso que se te ha pasado por la mente, antes o después, lo perderás, en unas circunstancias u otras, y, ¿cambiarás?, para nada, lo único que harás será reafirmarte, a lo sumo, o permanecer impasible con cara de bobo durante un tiempo determinado, pero, dentro de ti, absolutamente nada habrá cambiado, no habrás cambiado absolutamente nada, más que, claro, tu propia evolución en la vida, esos pequeños cambios que vamos introduciendo día a día en nuestras existencias.

Y es que, el sentido de pertenencia, es tan... como decirlo sin resultar tosco... "sutil", podría ser la palabra, tal que, anhelamos con todo nuestro espíritu algo (ya sea una acción, objeto o persona, porque sí, amigos, todos anhelamos personas, y su pertenencia, aunque a todos nos cueste asumir utilitarizar un ser humano), y, una vez que conseguimos esa meta propuesta, eso con lo que tanto anhelábamos, pues ale, se rompe la magia y se va todo al traste, o a la mierda, según los ojos que lo miren, o si no vemos que esa supuesta perfección que teníamos presupuesta viendo el objeto de anhelo de lejos, resulta que al mirarlo de cerca no es más que un monstruo horrendo y deforme, o, simplemente, es algo normal, vulgar, o incluso no es más que "algo excepcional, pero no todo lo perfecto que nos imaginábamos", así pues, aquí hay varias opciones, o bien está la consabida oración de "se ha roto la magia", que en realidad, lo que significa es, "te conozco más de lo que hubiera deseado, y, la verdad, ya no me gusta", también cabe la opción de desechar directamente ese objeto de anhelo, y tirarlo a un charco enlodado y olvidado, y, la otra opción, es, según hemos alcanzado lo anhelado, sin pararnos siquiera, fijar nuestra mirada ávida de anhelos que ya ese objeto no nos puede reportar, y fijarlo en otro objeto que esté muy lejos de nosotros (en este punto son muy socorridos los contrapuestos).

Para mitigar este síndrome se me han ocurrido varias soluciones, la primera, y, a priori más sencilla, es, simplemente, marcarnos como objeto de anhelo algo que en realidad no nos importe para nada, o si no, bajar la meta hasta tal punto que sea insignificante y vayamos de un lado para otro hasta que inexorablemente el aburrimiento de andar corriendo como tontos haya mella.

O bien, visto lo visto, ya que todo lo que nos parece importante y anhelamos, lo vamos a acabar, en la mayoría de los casos, tirándolo bien lejos nosotros mismos, o perdiéndolo en las maniobras más toscas y burdas de la Historia Universal, la otra solución es, una de las famosas leyes de Murphy, que a continuación cito "no hay nada en la vida que importe mucho, y muy pocas cosas que importen algo", y en realidad, así es, tan sólo hay que transvalorar un poco los valores, cambiar el eje de coordenadas, y así la ecuación será terriblemente sencilla.

Así pues ya sabéis, pasad a coordenadas polares, cambiad los ejes, dar la vuelta al papel, o, directamente, levantaos del escritorio e iros a por algo de beber a la nevera, que total, todo lo que se anhela, se pierde, mejor es no sentirse dueño de nada que no sea realmente tuyo (véase cuerpo, mente, conocimiento, sensaciones, emociones, y un larguísimo etcétera), así nunca podrán quitarte nada, y de verdad te sentirás completo, porque serás completo, único, indivisible, como cualquier partícula elemental, serás tú y sólo tú tu única unidad formadora, sin tener que recurrir a estúpidos complementos, que ya se sabe, todos los complementos pasan de moda, pero, en mi caso al menos, la moda pasa de mí.

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