Publicidad

miércoles, 4 de julio de 2007

No me cuentes cuentos

Érase una vez una tierra verde y próspera, en cuyo centro había una palmera que su altura competía con la del cielo, y los animales quisieron trepar hacia arriba a ver que había en lo alto... poco a poco los animales fueron cambiando hasta convertirse en diestros monos trepadores.

Todos los diestros monos trepadores intentaban en algún momento subir a lo alto de la palmera, pero nada se sabía de ellos cuando lo hacían, simplemente, desaparecían de la vista de los otros y, de cuando en cuando, se oía un gran golpe sordo contra el suelo: uno de los monos había caído...

Poco a poco se fue forjando una leyenda, la palmera tenía frutos dorados, los más dulces jamás probados, y, cuanto más arriba subieras, más dulces y más dorados serían...

Esto fue causando mella entre la población de monos trepadores, y cada vez se apuntaban más a la aventura de escalarla...

Al principio todos intentaban subirla por sus propios medios, pero, una vez alcanzada una altura considerable, causa del agotamiento interior que tenían, en vez de intentar subir por sus propios medios, lo hacían intentando tirar o retrasar al resto.

Las batallas en la altura de la palmera, que aún no se veía su fin, eran feroces, y cada vez lo eran más, hasta que un día, dos monos se aliaron para intentar, ayudándose mutuamente, llegar más lejos, enseguida se formaron más y más alianzas, que luchaban entre sí, y poco a poco, los escasos que no caían al suelo, iban avanzando muy poco a poco, y muy costosamente, las alianzas se rompían y las traiciones estaban a la orden del día.

Hasta que un día, sin saber muy bien por qué, comenzaron a llover cocos, que golpeaban contra los cuerpos de los monos, y entre esto y los empujones, tirones y dentelladas que se propinaban, muchos otros iban cayendo, cada vez eran menos, pero los de abajo les empujaban fuerte, cada vez tenían más por debajo de sí, lo que les daba esperanzas, pero cada vez estaban más agotados por las luchas intestinas, y pensaban, quizá los que nos tiran los cocos son los sagrados monos de la cumbre, hay que seguir, y ¡¡SEGUIR SÓLO!!, la furia les cegaba, y seguían cayendo, pero no se veía el final de la palmera.

Mientras tanto en tierra firme, tan verde y voluptuosa como siempre, su belleza tan sólo era empañada por el golpe sordo de los cuerpos caer contra el suelo, cada vez más fuertes, señal que cada vez se caían de más arriba, y los pocos que quedaban con los pies en la tierra pensaban, ¿si aquí tenemos todo lo que queremos, para que suben, y más, si el precio es la muerte y no consiguen nada trepando algo que no tiene un fin?... ¿y qué estará pasando para que cada vez caigan más, y no regrese ninguno?

Llegados a un punto, el punto de los elegidos, el punto más alto donde un mono podía trepar, cada vez con una lluvia de cocos más incesante, con más gente debajo suya, que quería su puesto, y con menos alrededor, agotados, frustrados, iban cayendo, y su puesto lo ocupaba otro mono algo menos agotado, que tardaba poco en caer, pero este a su vez era repuesto por otro, y no era difícil, pues cada vez lo intentaban más desde abajo, pues allí se pensaba, si tantos de los nuestros están muriendo, ¡es porque merece la pena!, pero en realidad, estaban dando su vida por nada, ya que, nunca se vería ni siquiera el final de la palmera, ni los monos sagrados que estaban en la copa, tan sólo muerte.

Y amiguitos míos, este es el punto en el que estamos en este momento en nuestra sociedad, hasta aquí hemos llegado, a ver si nos da por bajarnos de la palmera y vivir en el vergel del edén, cálido, verde y voluptuoso en vez de darnos dentelladas sin parar, para conseguir, un poco de nada.

0 Deja tu comentario, no cobro ;):