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miércoles, 28 de noviembre de 2007

De los antiguos

Desde esta yerma pradera contemplo las dos grandes soledades, las dos soledades más buscadas y más anheladas, por un lado, al estricto Norte, la gran montaña se alza, imperturbable, con un halo de eternidad, sus fríos vientos cortan la piel de la mayoría de los viajeros que intentan alcanzar su cima, y es que, ni siquiera su agua está diseñada para que la beba todo el mundo, tan sólo los espíritus más elevados pueden beber de los manantiales más elevados, allá donde el agua es más pura, más fría, y más cristalina, y, pese a la inmensidad que vemos en la superficie, su verdadera riqueza está en su interior, allí podemos encontrar los más bellos tesoros, tanto minerales como en forma de cueva, esas cavidades huecas que esperan ser llenadas nos indican que ni siquiera ella es un ser completo y macizo en su totalidad, y, tanto plantas con animales, por mucho que quieran bajar a sus profundidades, no pueden más que ser meros seres que rasguen su superficie, su dura corteza.

Y al sur está el mar, el gran mar, el mar reúne aún más características que la gran montaña para tener esa ansiada soledad, es tan imperturbable que toda impureza que le arrojen, la disolverá sin más, habla sin decir palabras, tiene tanta sabiduría, que le impide hablar, y, como en el caso de la montaña, los animales y plantas que le habitan no pueden más que estar en su superficie, en su inmensa profundidad no crece nada, no hay nada, nada más que él, él consigo mismo y con sus propios fantasmas, él, y su sabiduría, callada, calma, y, a la vez, con una fuerza tal que puede destrozar todo lo que se le proponga con un ligero viento.

Si bien hay que decir, que las montañas más altas son las que comienzan desde el mar, es decir, para llegar a lo más elevado, hay que empezar el camino en la más absoluta profundidad, esto es algo que sabían nuestros antiguos, su piel era dura como la piel de la montaña, su interior macizo, aunque con muchas cavidades para llenarlas de minerales preciosos, y, sus profundidades eran muy, muy oscuras, tenebrosas en algunos casos, tanto que a ellos mismos les costaba entenderlas, pero, una vez que lograban caminar por ellas, el camino hacia la cima, hacia lo elevado, no les parecía tan escarpado como lo pintaban, y podían beber tranquilamente de los manantiales que se habían ganado a base de su esfuerzo.

Y es que mucho nos dista de estos antiguos, personas rectas, regias, decididas, endurecidas por los años y los acontecimientos, y ahora, ¿quién se puede llamar así mismo hombre, o mujer, con todo el derecho?, sinceramente, muy poquitos...

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